Tras un recital de Walter “Willy” Piancioli de Los Tipitos, el N°1 del rock argentino cayó de sorpresa e improvisó un concierto propio.

La noche de Buenos Aires es territorio de sorpresas. Puede uno estar en un bar tomando algo, viendo una banda hacer buenos covers, y, de repente, se sienta a tu lado Charly García, pide un teclado y se arma una fiesta impensada.

El escenario fue el Carnal Bar de Palermo, donde Walter “Willy” Piancioli de Los Tipitos, presentaba su show de música y poemas “Mesa de Luz”, título homónimo al de su flamante libro de escritos poéticos de reciente edición. Tras ese arranque “tranqui”, donde sonaron “Brujería”, “Silencio” y algún tema de Pappo, llegó la banda local del bar, “La Carnal” (Ezequiel Cavoti en voz, Marcelo Mapelman en batería, Fede Sica en bajo y Rojo Gricman en guitarra), que tras un arranque a puro tema Beatle, metieron “Superstition”, de Stevie Wonder.

Y es entonces cuando, desde el fondo del bar, Charly García, enroscado en su sillón, pasándola bien con amigos, pide un teclado, como quien pide una margarita. El teclado aparece, los técnicos se desesperan por hacer las conexiones en tiempo record. Y se entabla entonces un concierto compartido entre la banda en escena y el genio del oído absoluto. Y entonces rezas por él y él dice “Rezo por vos”, y hace “Promesas sobre el bidet”, y te invita a rockearla “Demoliendo hoteles”, y los 100 tipos que estamos ahí nos sentimos privilegiados por lo que estamos viviendo, mientras esos dedos torcidos le pegan a las teclas correctas, que son las que suenan en el alma de todos, con un puñadito de canciones que te hacen feliz.

La gente se amontona, se para en las mesas, y Charly se enoja porque no puede ver la banda en escena. Parece que todo va terminar “Cerca de la Revolución”, pero no, se abre el pasillo para que haya contacto visual entre los músicos y el prócer del rock de acá. Y entonces sí, el cierre es a pura fiesta “Fanky”.

No será el de antes después del tsunami que le pasó por el cuerpo, pero este Charly lejos de sus mejores tiempos aún mantiene intacta su capacidad de emocionarte con un gesto. Media hora de música, hasta que dijo basta. Nadie pidió bises, todos sabían que el regalo que allí concluía, había sido inmenso.